¿Qué persigue Ana Botín con su estrategia de comunicación?
Llevo tiempo leyendo sobre el modo en el que empresarios y directivos de grandes compañías…
Llevo tiempo leyendo sobre el modo en el que empresarios y directivos de grandes compañías…
Si hay algo que une a populistas de izquierda y de derecha, aparte de su simplismo argumental, es su aversión a los medios de comunicación.
Nuestra necesidad de emociones y experiencias instantáneas se ha adaptado a los estímulos exprés que nacen y mueren entre notificación y notificación. Y nos aburrimos casi tanto como cuando sólo había una cadena de televisión y unos cuantos libros de bolsillo. La sociedad de la banda ancha tiene de todo, pero puede aburrirse más que la analógica.
Las plataformas alimentan el tribalismo al permitir la difusión masiva que contenidos que incitan a la confrontación, el odio o la deshumanización de los adversarios políticos, sociales y económicos y las ponen ante el ejemplo de su responsabilidad o, en este caso, de su irresponsabilidad.
La reputación no se adquiere con una, dos o tres acciones de marketing o de comunicación, por muy atractivas o impactantes que éstas sean. Ni tampoco se trata de un acto de fe. Esto no va de firmar una declaración de responsabilidad ni de pedir la entrada en un club de solidarios en busca de alguna causa a la que adherirse para quedar bien ante los demás.
Facebook, símbolo de una conversación social libre y sin barreras de entrada que favorecería el conocimiento de las personas, ha permitido en demasiadas ocasiones un uso bastardo y torticero de esa libertad, convirtiéndola en un pastiche amoral y cruel donde han sobresalido oportunistas de todo pelaje dispuestos a aprovechar las ventanas de estas plataformas.
La infodemia se expande porque la distribución masiva de las falsedades ofrece resultados a quienes las usan y porque los actores tradicionales del mundo analógico no terminan de dar con la vacuna que nos proteja de la explosión global de las infamias.
Es sólo ahora, que hemos visto que se acaba el sistema tradicional basado en la publicidad, cuando hemos despertado como sector y nos hemos dado cuenta de que necesitamos recuperar la confianza de los ciudadanos para, a partir de ahí, explorar modelos de negocio sostenibles que permitan afianzar un mercado de medios sano y enérgico.
No hay una pandemia de conspiranoicos, esotéricos, nacionalistas de todo pelaje, extremistas hiperventilados y populistas de derechas y de izquierdas que estén dominando el mundo. Y si pensáramos eso, seguramente nosotros también estaríamos ejerciendo de terraplanistas de salón. Pero no se debe minusvalorar este fenómeno,
Intervención en el Branding Day de la Cadena SER en Chiclana de la Frontera, en Cádiz.
Las plataformas diseñan sus espacios para hacerlos cada día más adictivos para cuanta más gente, mejor, incluso a costa de convertir sus recintos digitales en parques temáticos donde se devuelve a los corrales el pensamiento crítico y complejo y se abren las puertas a todos los excesos imaginables.
Yo soy un adicto a Twitter, pero le entiendo. Es más, como le sigo y he leído en más de una ocasión algunos de los comentarios que le dedican, a veces he llegado a pensar que Maldini está tardando demasiado en mandar muy lejos a todos estos tarados que se dedican a derramar su bilis en las redes como si no hubiera un mañana.
Las agencias han dejado atrás nomenclaturas del pasado para dedicarse a cuidar a sus clientes con estrategias 360 que van mucho más allá de la gestión tradicional de una cuenta de comunicación para adentrarse en aspectos que están más ligados con el fortalecimiento de la imagen de la marca y de su reputación y hasta con la búsqueda de oportunidades de negocio.
No caigamos en la pereza intelectual de repetir como autómatas algunos de los lugares comunes que pesan sobre nuestra profesión: España no tiene nada que envidiarle en términos de libertad de expresión a ningún otro país de nuestro entorno.
Si una empresa cuida su comunicación a largo plazo y es constante, lo que está haciendo es fortalecer su credibilidad y su reputación, elementos esenciales de los que tendrá que tirar el día que tenga una crisis o deba anunciar algo importante.
La inteligencia artificial agudizará a corto plazo la crisis de nuestros modelos tradicionales y recortará aún más el empleo destinado en la industria a los redactores de las informaciones.
El shock sanitario, social, político y económico del coronavirus es un shock emocional. Y, por tanto, hay que trabajar con las emociones para lograr la confianza de nuestro entorno. Pero no basta sólo con eso.
La nueva crisis de reputación de Facebook hace mellan ya donde más duele: en su cuenta de resultados.
El cierre de contenidos es inevitable y razonable, pero dejará ‘daños colaterales’.
Escribir bien es escribir sencillo. Y la Administración pública debería empezar a tenerlo en cuenta.