El periodismo vive instalado en la ansiedad por razones en las que no hace falta seguir profundizando. El modelo tradicional de negocio está roto y, salvo algunas empresas informativas alérgicas a la innovación y al cambio, la mayor parte de éstas se afanan ya en probar nuevas iniciativas que sorteen el derrumbe y permitan hallar una salida viable para el mayor número de medios de comunicación… y para las dos o tres generaciones de periodistas que se están quedando por el camino, expulsadas del mercado o víctimas de la precarización.
Vivimos en la era de la prueba y el error constante. Estas mismas empresas ahora conviven con nuevos medios y plataformas que buscan también su lugar en un ecosistema, el de las noticias, en el que sólo las televisiones parecen aguantarle el pulso a Google y a las redes sociales.
Todos buscan su pedazo de pan… y nadie garantiza que haya pan para todos.
Los ingresos menguan, pero cada vez hay más competidores que pujan por ellos. Y algunos de estos últimos son fuertes y omnipresentes como un Gran Hermano orwelliano. ¿Quién es capaz de competir con Facebook?
Así, si empezamos a tener una certeza, es que igual estamos chocando contra un muro y que, de tanto darnos de cabezas con la realidad, hemos perdido unas neuronas muy valiosas que nos hubieran permitido darnos cuenta de que nuestro problema no es de modelo de negocio o de competencia, sino directamente de producto. No somos capaces de ganarnos la atención de nuestros antiguos cómplices: los lectores.
La mayoría de los consumidores habituales de información, los que antes leían su periódico en un bar y los domingos volvían a sus casas atiborrados de revistas de fin de semana, le han dado la espalda a los productos de siempre y han dado también muestras más que sobradas de que no piensan pagar un solo euro por los emergentes, ya sean medios digitales, factorías de contenidos, emisoras de radio o televisión o hasta nuevas revistas o periódicos de papel. Les basta con picotear lo que les llega a sus teléfonos móviles a través de sus redes sociales y lo que ven en alguna televisión cuando se ponen delante del sofá y poco más. Que paguen otros.
A la mayoría de los ciudadanos les importa un comino si desaparecen algunos medios y desde luego van a hacer muy poco por evitarlo. Como dice Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Y puede que lo que no tenga remedio sea el mapa actual de los medios de comunicación tal y como lo conocemos ahora.
Menos likes y más suscripciones
La solidaridad, la caridad o la subvención generalizada no son modelos de negocio. Y si alguien piensa que hay que ayudar a los medios porque son la piedra de bóveda de la democracia y expresiones similares, le pediría lo de siempre: menos likes pastoriles en las cuentas sociales de esos medios y más suscripciones en sus cuentas bancarias. Que se comprometan y que demuestren que su compromiso no acaba en los lazos solidarios que invaden los muros sociales.
Hoy en @elconfidencial @agzarzalejos escribe sobre 'En busca del modelo de negocio' https://t.co/TpGEL9kiSy #Dosierevoca
— Agencia evoca (@evocaimagen) 25 de noviembre de 2017
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Pero ésa es otra historia. Y la de ahora no va de quejarse de la supuesta falta de compromiso de los potenciales lectores o espectadores, sino de asumir la necesidad y la obligación que tienen los medios de insistir en esa prueba y error hasta lograr fórmulas que permitan a los medios volver por la senda de la viabilidad.
El futuro del negocio periodístico, analizado a fondo en @Forbes_es: https://t.co/8pE5FXhrYw
— Ramón Salaverría (@rsalaverria) 12 de septiembre de 2017
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No es fácil hacerlo a la misma vez que se pagan las nóminas y los gastos corrientes de las redacciones, pero la alternativa a no intentarlo es, casi siempre, peor: a la larga, el cierre y la desaparición.
¿No sería mejor entonces ser más flexibles mentalmente, adaptándonos a esta nueva realidad, y seguir intentándolo hasta que encontremos una salida entre tanta prueba y error? Darwin decía que no sobrevivían los más fuertes sino los que mejor sabían adaptarse a los cambios. ¿Quién nos dice que su teoría no vale para los medios de comunicación?
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